You are here

Capítulo 4: Libertad –Perdido en el Pecado, Encontrado en Cristo

Printer-friendly version

Capítulo 4: Libertad –Perdido en el Pecado, Encontrado en Cristo

“... sin embargo, una vez que seamos atrapados por el remolino, este nos  arrastrara y tendremos muy pocas opciones” (Principios del Evangelio, 21)

Dios Nos dio Nuestra Capacidad de Elegir

 

  • ¿De dónde obtuvimos nuestra capacidad de poder hacer decisiones moralmente responsables?
  • ¿Es cierto que todos ya habíamos mostrado nuestro dignidad, cuando estábamos viviendo como espíritus en el cielo? 

La Iglesia SUD debidamente enseña que los seres humanos tienen la capacidad de hacer decisiones morales – el escoger hacer bien o mal. Los mormones también están en lo correcto en enfatizar que esta capacidad es parte esencial del plan de Dios para nosotros. Un entendimiento razonable de esta capacidad humana es crucial si vamos a comprender lo que Jesús vino a lograr al venir a esta Tierra. En este estudio, vamos a ver lo que la Biblia dice sobre la capacidad humana de elegir. 

Lo primero que necesitamos entender sobre este tema es que la capacidad humana para hacer decisiones es un don de Dios. No es algo eternamente inherente en nosotros. Como hemos explicado en los tres capítulos previos, los seres humanos no preexistieron como espíritus en el cielo. Mas bien,  Dios nos creó como seres físicos “a su imagen” (Génesis 1:27), significando esto que Dios nos creó para servir como portadores de su imagen, sus representativos, en este mundo físico. Dios nos dotó como portadores de su imagen con una capacidad moral y espiritual que trasciende lo material y que es única entre todas las cosas vivas en la tierra. Esta capacidad trascendental incluye la habilidad de hacer decisiones morales y espirituales significativas. Los seres humanos tienen la facultad de elegir, de ser capaces de actuar intencionalmente, eso los separa del reino animal. 

Ya que no existimos como espíritus antes del comienzo de nuestras vidas físicas como seres humanos, no es cierto lo que dice el manual mormon cuando afirma que “Comenzamos a tomar decisiones cuando viviamos en la presencia de nuestro Padre Celestial como hijos espirituales.” Ni tampoco es cierto que “nuestras decisiones nos hicieron dignos de venir a la tierra” (Principios del Evangelio, 20). Nada acerca de nosotros fue o es “digno” cuando comenzamos nuestras vidas en la Tierra. Ni tampoco escogimos “seguir a Cristo Jesús y a nuestro Padre Celestial” antes de haber nacido, como enseña Principios del Evangelio, pág. 16.  Cada uno de nosotros comienza nuestras vidas terrenales sin ningún hecho bueno o malo en nuestra cuenta. Por ejemplo, el apóstol Pablo nos dice que cuando Rebeca estaba embarazada con sus gemelos Esaú y Jacob, “pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal” (Romanos 9:11). Tales decisiones  de bien y mal comienzan solo después de un tiempo de que hemos nacido. 

Todos somos Esclavos del Pecado 

  • ¿Cómo ha afectado el pecado nuestra capacidad de elegir? 

Aunque Dios creó a los seres humanos con una maravillosa capacidad para elegir, esa capacidad ha sido comprometida severamente, o corrompida, desde que el primer hombre y mujer desobedecieron a Dios. El primogénito de Adán y Eva, Caín, cometió el primer asesinato (Génesis 4), y la maldad se ha manifestado sola en la raza humana desde entonces. Sólo dos capítulos después la Biblia reporta que la maldad humana era tan grave que Dios decidió eliminar a todos menos a Noé y a su familia inmediata: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). 

Pudiéramos pensar que el empezar de nuevo con un hombre justo y su familia resultaría en una sociedad buena. Desafortunadamente, la naturaleza humana siguió igual después del Diluvio: “porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8:21). El Antiguo Testamento es una historia larga y trágica de un pueblo que presenció grandes milagros, recibió revelaciones y enseñanzas maravillosas, y vivieron en una tierra buena y fructifera, pero aún así rompieron repetidamente la ley de Dios. El apóstol Pablo en Romanos 3 cita muchos versículos del Antiguo Testamento, comenzando con esta declaración, “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10-18), y concluye, “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (3:23). 

El pecado penetra todo aspecto de la humanidad: afecta nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestras emociones y nuestra voluntad, o sea nuestra capacidad de elegir y tomar decisiones. El hecho de que, a excepción de Cristo Jesús (Hebreos 4:15), cada ser humano que ha vivido lo suficiente para poder hacer decisiones morales ha tomado malas decisiones, prueba que algo ha corrompido nuestra capacidad de elegir. El mismo Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34). Ya que todos cometemos pecados, somos, de acuerdo con Jesús, esclavos del pecado. Pablo concluye: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8, énfasis añadido).  Así, no solo toda la gente peca, sino que toda la gente está esclavizada al pecado. La descripción de la naturaleza humana de Pablo es muy desalentadora:

 “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3). 

Esclavos al pecado, muertos en pecado – así es como Jesús y el apóstol Pablo describen la condición humana. Claro, la Biblia no quiere decir con eso que los seres humanos son incapaces de hacer cosas buenas. El punto es que aún aquellos de nosotros que estamos bien entrenados para comportarnos en una forma civilizada, y respetuosa de la ley, a nivel de corazón sigamos siendo incorregiblemente individuos egoístas, y ego-céntricos.  No podemos escapar a nuestros pensamientos, deseos y tendencias pecaminosas; ninguno de nosotros es capaz de vivir libre de pecado. Jesús lo puso de esta manera: “Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dadivas a vuestros hijos” (Mateo7:11, énfasis añadido). Todos somos malos, aunque sabemos cómo hacer cosas buenas, como el dar buenas dádivas a nuestros hijos. Podemos poner una buena fachada, casi todo el tiempo, pero si somos honestos con nosotros mismos, tendremos que admitir que desahuciadamente estamos atrapados en el pecado. Todos estamos en ese “remolino” de pecado y no tenemos la habilidad de salirnos de ahí.

  • Si todos estamos esclavizados al pecado, ¿alguno de nosotros puede probarse digno de la vida eterna en el reino de justicia de Dios?

Libertad en Cristo 

Aquellos que son esclavos del pecado no se pueden liberar a sí mismos; necesitan redención (un término que literalmente se refiere a alguien  comprando la libertad de un esclavo). Así mismo, aquellos que están muertos en pecados no pueden resucitarse a ellos mismos del pecado; necesitan recibir nueva vida de una fuente más allá de ellos mismos. Estas son dos formas bíblicas de describir lo que Cristo Jesús, el Hijo eterno de Dios, vino a hacer por nosotros. 

Jesús prometió, “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Aquellos que están unidos a Cristo por la fe son “liberados del pecado” y se convierten en “siervos de justicia” (Romanos 6:18). Eso no quiere decir que los Cristianos nunca pequen, sino que ya no son sus esclavos. Ellos ahora pertenecen a Dios y son libres para estar viviendo para él, seguros de la libertad de las consecuencias eternas de su pecado. Cristo vino a liberarnos “de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2),  para “librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15). Esta libertad viene sólo mediante una relación con Cristo Jesús que está basada en la verdad: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32).  

Hay que aceptar la dura verdad de las cosas

Esta verdad comienza con la realidad de que todos somos pecadores, incapaces de ser lo suficientemente buenos para Dios, incapaces de hacernos dignos de estar en su presencia. Una vez que reconozcamos y aceptemos nuestra incapacidad, estamos listos para recibir la salvación tal como es—el regalo gratis de la vida eterna para aquellos que no se lo merecen y no pueden llegar a ser dignos. La forma que tiene Dios de salvarnos es “justificándonos”—establecernos en una relación correcta con él, y esto es —“gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). En Cristo “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7; ver también Colosenses 1:14). Por su muerte en la cruz Cristo pagó el precio de la “redención” por nuestra salvación que no podíamos pagar por nosotros mismos. 

“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6-8). 

De acuerdo con el manual Principios del Evangelio, el camino hacia la vida eterna es obedeciendo los mandamientos de Dios:

“Los mandamientos de Dios nos guían lejos del peligro y hacia la vida eterna. Al tomar decisiones sabias, podremos ganar la exaltación, progresar eternamente y gozar de una felicidad perfecta” (22).

Mientras que el obedecer los mandamientos de Dios es una meta aplaudible, la realidad es que nuestra corrupción pecaminosa hace imposible que cualquiera de nosotros “elija sabiamente” constantemente para así poder obtener la vida eterna a base de nuestras obras. Lo que la ley de Dios, su conjunto de mandamientos, hace por nosotros no es proveernos un mapa para alcanzar la perfección y la vida eterna, sino darnos un espejo para mostrarnos nuestro pecado y exponer la necesidad de la salvación: “por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). 

Cuando la Iglesia SUD enseña a la gente que son agentes libres que ya han elegido seguir a Jesús cuando vivieron en el cielo como espíritus, el mensaje más amplio que esta enseñanza transmite es que la gente viene a este mundo ya “dignos” y simplemente necesitan confirmar su dignidad siguiendo a Jesús otra vez en una vida de mejoría constante en la obediencia de los mandamientos divinos.

Este mensaje es falso, no solo porque no preexistimos como espíritus en el cielo, sino también ignora nuestra esclavitud presente al pecado.  La idea de que somos seres celestiales que ya probamos nuestra dignidad una vez, y podemos otra vez, distrae y desvía a quienes aceptan esta idea de su necesidad de ser liberados de su esclavitud al pecado. El resultado de esta enseñanza falsa es que una persona puede ser un Mormón devoto, firmemente afirmando creer en Cristo Jesús, y aún así no conocer la gracia de Dios que Cristo murió para darnos. Trágicamente, muchos mormones, cuando no logran vivir de acuerdo a sus altas expectativas –como todos lo hacemos—muy seguido se desilusionan y abandonan la fe no solo en la Iglesia SUD sino en Cristo Jesús. Otros Mormones, mientras siguen en la Iglesia SUD, batallan con dudas y sentimientos de insuficiencia. 

Buenas noticias para los que dudan y fallan

Si usted ha batallado con sus propias fallas morales y espirituales, o alguna vez  ha dudado – o aún se ha desesperado—de que haya trabajado lo suficiente y que ha sido lo suficientemente bueno para mostrarse digno de la vida eterna en la presencia de Dios, la Biblia tiene buenas noticias para usted. La vida eterna con Dios es un regalo de la gracia de Dios, no algo que nos podamos ganar, merecer o alcanzar probando que somos dignos. No lo podemos obtener por nuestra propia obediencia a los mandamientos de Dios, por muy importante que sea el hacer cada esfuerzo en obedecerlos. 

El versículo más famoso de la Biblia nos dice, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).  Cuando habla de “creer en él” la Biblia no solo se refiere a aceptar mentalmente algunos de los hechos sobre Jesús, sino confiar en él—confiando en Jesús en lugar de en nosotros mismos o en algo más, para rescatarnos de la perdición.  Ya que todos pecamos, lo que merecemos es la muerte eterna—las tinieblas de afuera; lo que Dios nos ofrece en Cristo es el regalo gratuito de la vida eterna: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). 

Para más estudio: 

Evidencia Extraordinaria un estudio gratis sobre por que se puede confiar en Jesús y en la Biblia.