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Por Su Propia Mano, Sobre Papiro: Una nueva visión sobre los papiros de José Smith - Capítulos Tres y Cuatro

Por Su Propia Mano, Sobre Papiro: Una nueva visión sobre los papiros de José Smith - Capítulos Tres y Cuatro

CAPÍTULO TRES

Cambios e Impugnaciones: Comienza el Reto

Pasaron casi cuarenta años desde el tiempo en que José tradujo el Libro de Abraham hasta que fue reconocido oficialmente como escritura sagrada de la Iglesia. Sin embargo, durante este periodo ocurrió algo que ni José ni ninguno de sus contemporáneos pudieron haber previsto. Después de muchos años de dedicada labor sobre la Piedra Rosetta y otras fuentes, los estudiosos pudieron descifrar el antiguo idioma egipcio. Ahora era posible traducir exactamente los textos egipcios, virtualmente con el mismo grado de comprensión que los textos griegos o latinos.1 Aunque, inicialmente, no parecía que este nuevo desarrollo impactaría a la Iglesia Mormona o al Libro de Abraham. De hecho, los Santos por casi toda la segunda mitad del siglo diecinueve, estuvieron aislados, tanto física como culturalmente, del resto del país. A pesar de desarrollos tales como la introducción del ferrocarril y el incremento del establecimiento y empresas gentiles en la región, los Santos vivían en un estado rígidamente estructurado de casi total dependencia de la autoridad. Muchas de sus enseñanzas y prácticas (como la poligamia) únicamente servían para reforzar las barreras establecidas entre los Santos y sus vecinos. Por su parte, los Santos confiaban en la palabra del profeta y no sentían una necesidad particular de justificar su labor al resto del mundo. Y aun si hubieran deseado tal justificación, la colección de papiros de José no estaba disponible, había pasado a las manos de su viuda, Emma, quien rehusó seguir la dirección de Brigham Young y había permanecido en Nauvoo.2 Así que, en lo que concernía a los Santos, el mundo simplemente podía seguir su camino con su conocimiento y los Santos irían por su camino con el suyo. Excepto que el resto del mundo no iba a ser tan condescendiente.

Fue en algún momento durante el año de 1856, cerca de cinco años después de que la Perla de Gran Precio había sido impresa en Inglaterra, cuando uno de los pequeños folletos encontró su camino al Louvre en París. Ahí los facsímiles del Libro de Abraham, junto con las explicaciones de José, fueron traídos a la atención de M. Theodule Deveria. Como uno de los pioneros en el campo de la Egiptología, se le pidió a Deveria que ofreciera los comentarios que quisiera hacer sobre ellos.

Para Deveria el proyecto probablemente no le parecía digno el mínimo esfuerzo que requeriría. Sin embargo, procedió e inmediatamente reconoció los tres dibujos como copias de documentos funerarios egipcios bastante comunes, de los que había examinado cientos. Para estar seguro, la mayoría de los jeroglíficos y figuras hieráticas habían sido transcritas demasiado pobremente para ser de mucho uso para traducción, y algunos de los elementos en varios de los dibujos le parecían conjeturas a Deveria, probablemente restauraciones incorrectas de secciones faltantes de los papiros originales. No obstante, la mayoría de los elementos principales encajaban muy bien en el patrón establecido asociado con la mitología egipcia y la preparación de los documentos funerarios comunes. Para Deveria suficiente de los escritos eran legibles para traducir los nombres y títulos de varios dioses y diosas egipcias para quienes había sido preparado el rollo originalmente. Con relación al Facsímil No. 3 escribió:

El fallecido llevado por Ma a la presencia de Osiris. Su nombre es Horus, como puede ser visto en la oración que está en el fondo del cuadro y que está dirigido a las divinidades de los cuatro puntos cardinales.

Deveria descartó las explicaciones de José como divagaciones sin sentido. Sus comentarios aparecieron primero en francés en una obra en dos volúmenes de Jules Remy, titulada Voyage au Pays des Mormons (París, 1860).

Comprensiblemente, causaron muy poco interés dentro de la Iglesia, si acaso los oficiales SUD estaban conscientes del libro. Sin embargo, el año siguiente apareció una traducción al inglés de la obra de Remy, publicada en Londres bajo el título de Un Viaje a la Ciudad del Gran Lago Salado. Quizás fue por medio de este relato que ciertos líderes de la Iglesia se hicieron conscientes de los resultados de la investigación de Deveria. Sin embargo no parecen haberse hecho esfuerzos deliberados en ese tiempo para contestar sus cargos. Posiblemente sintieron que las críticas levantadas por una obra tan oscura no merecían una réplica. Más aún, los Santos podían razonar, si los estudios de la cristiandad no podían reconocer y corregir las corrupciones en el texto de su propia Biblia, ¿cómo podían esperar que los "sabios" tuvieran un tenue entendimiento del material del Libro de Abraham?

Pero entonces, en 1873, un hombre de nombre T. B. H. Stenhouse, escribió un libro que trajo de regreso al ojo público el estudio de Deveria. Los Santos de las Montañas Rocosas: Una Historia Total y Completa de los Mormones, parecía golpear el mercado en el momento preciso para llegar a ser un éxito popular. Publicado en Nueva York y después impresa en dos ediciones en Londres, presentó finalmente, al menos a la mente de los gentiles, un serio reto al Libro de Abraham. Muchos ojos se volvieron a la Iglesia Mormona para esperar una respuesta oficial. Sin duda muchos esperaban atrapar a la Iglesia haciendo una retractación de algunas de las más bizarras doctrinas que había ayudado a formular. Algunos críticos, sin duda llegaron a predecir el colapso final de todo el sistema Mormón.

Sin embargo, la respuesta de la Iglesia fue chasquear tales criticas. En el artículo original del Times and Seasons de 1842, el texto de la traducción de los papiros había sido precedido por el encabezado:

Una Traducción de algunos Registros antiguos que han caído en nuestras manos desde las Catacumbas de Egipto, pretendiendo ser los escritos de Abraham cuando estaba en Egipto, llamado el Libro de Abraham, escrito por su propia mano sobre papiro. EL LIBRO DE ABRAHAM.

Este mismo encabezado había sido usado en la (primera) edición de 1851 de la Perla de Gran Precio, la fuente que había estado disponible para los críticos. Pero en 1878, cuando se preparaba la segunda edición para publicarse en Salt Lake City, el Apóstol Orson Pratt editó del encabezado las palabras "pretendiendo ser". Esto enfatizó aun más fuertemente la posición de la Iglesia de que el libro era nada menos que el registro de Abraham divinamente traducido y no meramente algún texto funeral pagano, como estaban asegurando los académicos no mormones.3

El siguiente año (1879) George Reynolds, presidente del Consejo de los Setenta de los SUD, escribió un artículo para la Iglesia titulado "El Libro de Abraham: Su Autenticidad Establecida como un Registro Divino y Antiguo." En él Reynolds sugería que el papiro ...

... tiene cuando menos dos (pero más probablemente tres) significados, uno entendido por las masas, el otro comprendido únicamente por el iniciado, el sacerdocio y otros, que entonces conducía a la verdad por medio de la intención oculta del escritor. (Cf. George Reynolds y Jaén M. Sjodahl, Commentary on the Pearl of Great Price [Comentario sobre la Perla de Gran Precio]. Salt Lake City: Deseret Book Co., 1980, pp. 280,281.)

Al año siguiente el Libro de Abraham fue reconocido oficialmente como escritura. La posición de los Santos estaba firma: las conclusiones de 20 años de Deveria estaban equivocadas y carecían de la autoridad de la iluminación perteneciente solo a los Santos de los Últimos Días. Después de todo, esta era la única autoridad real que podían reconocer propiamente los Santos.

Sin embargo, este no iba a ser el fin del tema. Aunque el paso de cada década tendía a poner la obra de Deveria más fuera del alcance, estaba incluida en el libro de Stenhouse cuando fue reeditado en 1900. Aparentemente como respuesta, la Iglesia de nuevo votó y sostuvo la última edición de la Perla de Gran Precio en su Conferencia de octubre de 1902. Por esta razón el tema bien pudo haber continuado en un vaivén hasta que un lado llegó a cansarse de responder.

Por lo menos así era como el Rev. Franklin S. Spalding, Obispo Episcopal de Utah, veía la situación en 1912. Fue en ese año que decidió enviar copia de los tres facsímiles del Libro de Abraham a algunos de los más destacados académicos de egiptología en el mundo, pidiéndoles a cada uno una evaluación independiente de las interpretaciones de José Smith. Los ocho Egiptólogos y especialistas Semíticos que respondieron fueron unánimes en su severísimo veredicto: "Las interpretaciones de José Smith de estos trozos son un fárrago de disparates de principio a fin." Dice el reporte del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, que añade que "cinco minutos de estudio en una galería egipcia de cualquier museo debería ser suficiente para convencer a cualquier hombre educado de la zafiedad de la impostura;"4 "... difícil tratar seriamente con el descarado fraude de Smith," escribió otro de Londres, Inglaterra. "Smith ha cambiado a la Diosa en rey y a Osiris en Abraham."5 De Chicago: "... muy claramente muestra que él (José Smith) desconocía totalmente el significado de estos documentos y absolutamente ignorante de los hechos más simples de los escritos y la civilización egipcia."6 Y de Londres: "... los intentos para adivinar un significado son demasiado absurdos para hacerlos notar, se puede decir seguramente que no hay una sola palabra que sea verdad en estas explicaciones."7

Y así siguen las críticas, dando la más amplia descripción jamás reunida de lo que realmente eran los papiros de José Smith: simples textos funerarios egipcios. Spalding publicó los resultados de su encuesta de José Smith, Jr. Como traductor, añadiendo suficiente combustible al fuego para conservar ardiendo la controversia durante muchos años. El New York Times anunció una gran exposición sobre el Libro de Abraham en diciembre de ese año. Otros artículos y folletos impresos pronto comenzaron a circular.

La respuesta de la Iglesia fue rápida y cortante: los cargos simplemente no eran válidos. Los voceros de la Iglesia atacaron vehementemente a los académicos usando criterios erróneos. Sus métodos eran defectuosos, sus motivos cuestionables. En 1913, el escritor mormón John Henry Evans señaló en un artículo del Improvement Era de la Iglesia, que menos de un séptimo de todo el Libro de Abraham estaba representado por la porción de los facsímiles e inclusive solamente como acompañamiento de los textos. Evans argumentaba que para dar una prueba justa de la verdadera habilidad de José para traducir el egipcio y antes que los académicos puedan salir con embestidas de que todo el Libro de Abraham fue una falsa traducción, "tendrían que examinar los papiros originales, o una copia de ellos, de los que se tradujo el Libro de Abraham."8

B. H. Roberts, el bien conocido historiador de la Iglesia, hizo especial desaprobación en la misma revista a las observaciones del Dr. Albert Lythgoe, director del Departamento de Arte Egipcio en el Museo Metropolitano, citadas en el artículo del Times. El Dr. Lythgoe había sugerido que la escena que José interpretaba como un "sacerdote inicuo intentando sacrificar a Abraham sobre un altar" era una reconstrucción falsa, porque "el dios Anubis, encorvado sobre la momia, se mostraba con una cabeza humana y curiosamente no egipcia, en vez de la usual cabeza de chacal para la escena. Y había sido dibujado un cuchillo en la mano del dios"9 (véase Facsímil No. 1 en la p. 32). Las observaciones del Dr. Lythgoe eran virtualmente idénticas a las que hiciera Deveria medio siglo antes. Deveria también había notado que el pájaro en el cuadro, para representar correctamente al alma de Osiris, "debería tener cabeza humana."

"... debería tener una cabeza humana," escribió cáusticamente Roberts sobre ambas críticas.

"Sí, o la cabeza de un asno, entonces se podría hacer que significara algo más que lo que estos otros hombres sabios describen como significado... ‘debería tener una cabeza de chacal.’ Sí, o podía ser sugerido algún otro cambio y por medio de tal proceso se puede leer algún otro significado en la plancha y hacerlo diferente de la traducción de José Smith."10

Tan fuertes pronunciamientos de respetadas autoridades de la Iglesia habrían sido suficientes, bajo la mayoría de las circunstancias, para borrar las dudas de las mentes de casi la mayoría de los Santos titubeantes, y adecuadas para frustrar los argumentos de los críticos más inexorables. Pero esto estaba lejano de una situación ordinaria. En realidad, los mejores argumentos de la Iglesia no solamente parecían y sonaban ridículos a los gentiles—una posición difícilmente sostenible para una iglesia misionera—sino que un número sorprendente de miembros parecía reconocer el triste hecho de que aun las mejores mentes en la Iglesia simplemente eran incapaces de responder creíblemente a los ataques de los académicos profesionales.

La Iglesia era vulnerable abiertamente, y la frustración que acompañaba a esa vulnerabilidad llevó a sus líderes a hacer algo que nunca antes habían hecho: buscaron los servicios de un "experto" profesional, contratado."11

El hombre del momento simplemente era conocido como Robert C. Webb. Como sucede, "Webb" era un seudónimo perteneciente a un escritor profesional, defensor de causas, y experto autodidacto en numerosos temas. (Una vez, bajo un nombre diferente, inclusive había escrito un libro ¡en defensa de la industria del licor!) Sin embargo, sus antecedentes y credenciales parecieron no ser importantes para los oficiales de la Iglesia. Lo que era importante era su deseo y habilidad para defender la posición de la Iglesia sobre el Libro de Abraham—eso, y el hecho de que estaría haciéndolo como gentil.

Los artículos de Webb con aire académico comenzaron a aparecer en las publicaciones de la Iglesia en 1913. También escribió un pequeño libro sobre el tema, titulado El Caso Contra el Mormonismo. Promovido como una obra definitiva por un autor "no-mormón", el libro de Webb era cualquier cosa menos un caso contra el mormonismo. Más bien consistía de un despliegue impresionante de argumentos y bastante lingüística pseudo académica para desconcertar a los legos—aparentemente, la intención de Webb. No hizo ninguna diferencia el que los mejores "expertos" criticaran y ridiculizaran sus escritos como "llenos de errores", "su propia refutación," y "ridículos." El siempre novedoso Webb en ese entonces había añadido un espurio Ph. D. a su nombre,12 llegando a ser así—por lo menos a los ojos de los oficiales de la Iglesia, que estaban deseosos de pagarle por sus escritos—él mismo, uno de los "expertos".

Webb permaneció como un sombrío "experto" a disposición de la Iglesia durante muchos años; su librillo se desempolvaba y se apelaba en cualquier ocasión que se requería el fortalecimiento del testimonio de un miembro o para refutar la crítica antagónica. Décadas después, cuando el investigador y autor Fawn M. Brodie reveló que el nombre real de Webb había sido J. E. Homans, y que nunca había obtenido un Ph. D. en Egiptología o en algún otro campo, a pocas personas pareció importarle. "Webb" había servido para su propósito durante el tiempo en que más se le necesitó, y mientras tanto el reporte Spalding se había vuelto obsoleto para la generación actual, como el de Deveria en el tiempo de Spalding.

El argumento principal de los SUD, usado durante la controversia aun permanecía: Los facsímiles podían "recordar" a los académicos lo que quisieran, pero no existían bases legítimas para juzgar la obra de José Smith ya que ninguno de los críticos había tenido nunca los papiros originales del Profeta para examinarlos. Y ese hecho no iba a cambiar, ya que la colección de papiros había desaparecido hacía mucho, y se suponían destruidos en el gran incendio de Chicago.13 Sin ellos, ninguna prueba sería válida. Pero los papiros originales de José Smith no habían sido destruidos. Perdidos, sí—pero no para siempre. Un día iban a reaparecer.

CAPÍTULO CUATRO

Los Papiros Redescubiertos: ¿Un Suceso Oportuno?

Un día, a principios de la primavera de 1966, un profesor de Estudios Árabes de la Universidad de Utah en Salt Lake City entró a unas de las bóvedas del gran Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, buscando material suplementario para un libro que estaba escribiendo.

"Estaba en una de las oscuras salas a donde todo me era traído," recordaría después el Dr. Aziz S. Atiya. "Algo llamó mi atención, y pedí a uno de los ayudantes que me llevara tras las barras, al almacén de documentos, para poder ver algo más." El Dr. Atiya pronto localizó un archivo que contenía una colección de papiros egipcios aparentemente olvidada—once maltratadas piezas, para ser exactos—que habían sido pegados a un papel tieso en el siglo diecinueve, en un esfuerzo para preservarlos.

Los crudos esfuerzos de preservación habían sido notablemente exitosos. Casi todos los papiros contenían escritura legible, hermosamente clara - principalmente en negro, con una pequeña parte en rojo—y muchos también contenían ilustraciones. Pero la vívida escena representada en un fragmento en particular, era sorprendentemente familiar para el Profesor Atiya quien, aunque no era mormón, estaba muy familiarizado con la colección de varios escritos que sus amigos y asociados SUD reverenciaban como escrituras. "Cuando vi este cuadro," después les explicaría Atiya, "supe que había aparecido en la Perla de Gran Precio."1

Así comenzó una extraordinaria serie de eventos que condujeron, año y medio después, a lo que un prominente académico mormón ha denominado la transacción más memorable para la Iglesia desde que el Ángel Moroni recuperó de José Smith las planchas de oro del Libro de Mormón.2 El 27 de noviembre de 1967 el Salt Lake City Deseret News anunció:

NUEVA YORK—Una colección de papiros manuscritos, que hace mucho se creía habían sido destruidos en el incendio de Chicago de 1871, fue presentada aquí el lunes por el Museo Metropolitano de Arte a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días... Incluido en los papiros está un manuscrito identificado como el documento original del que José Smith había copiado el dibujo que llamó "Facsímil No. 1" [vea la fotografía en la p. 32] y publicó con el Libro de Abraham.

Esta asombrosa noticia produjo más que mera excitación dentro de la Iglesia. La repentina, inesperada reaparición de la tan grande porción de la colección original de papiro de José Smith causó sentimientos que solamente pueden ser comparados con aquellos de los primeros Santos que los habían visto esa primera vez en Kirtland, hace más de ciento treinta años.

Y no podía haber duda de que los papiros del Metropolitano en verdad no eran otros que los que una vez había comprado y usado José Smith. El reverso del papel al que estaban pegados contenían cosas como los diseños arquitectónicos del templo y mapas del área de Kirtland, Ohio.3

Algunos de los fragmentos contenían dibujos egipcios, y mientras que no había señal entre ellos de dos de los facsímiles del Libro de Abraham, el original del Facsímil No. 1 surgía como un reluciente estandarte. Otros dos fragmentos contenían dibujos que parecían corresponder perfectamente con las descripciones de Oliver Cowdery de los dibujos en el rollo de José. Sin embargo, nadie podía estar seguro si el Profeta había hecho más que simplemente identificar ese libro durante esos últimos, turbulentos años de su vida. Por todo, se determinó que como un tercio de toda la colección de papiro que una vez perteneció a José Smith había sido descubierta en este dramático hallazgo.4

Los miembros de la Iglesia vieron en este acontecimiento nuevo un creciente número de oportunidades que solamente podían haber sido preordenadas por Dios. Para una cosa, las críticas académicas de Spalding y otros sobre la explicación de José sobre el Facsímil No. 1, ahora podían ser revisadas a la luz del conocimiento moderno y usar el documento original y la Iglesia podía probar, de una vez por todas, que los argumentos de los críticos eran erróneos. En resumen, este descubrimiento mantenía firme la posibilidad de justificar, dramáticamente ante el mundo, la identificación original de José Smith del Facsímil No. 1 (junto con el resto del Libro de Abraham y todas las doctrinas que representaba).

También había la atormentadora posibilidad de poder demostrar uno de los dones más grandes de la Iglesia en la dispensación de los Últimos Días: el don de un Vidente, la habilidad para traducir por el don y el poder de Dios, como lo había hecho José Smith. Desde 1878 Orson Pratt había juzgado conveniente retar al mundo sobre este asunto, declarando en uno de sus sermones: "¿Alguna de las otras denominaciones ha tenido este don entre ellos? Vayan y pregunten a toda la Cristiandad ... ‘¿Pueden traducir registros antiguos escritos en un idioma perdido para el conocimiento del hombre?’ No ... la respuesta universal de las denominaciones cristianas, en una cantidad de 400,000,000, sería que no tienen el poder para hacerlo ... deben darnos el crédito," había increpado, "de cuando menos profesar tener estos dones grandes e importantes."5

El punto del Apóstol Pratt no fue tomado a la ligera por otros en la Iglesia; algunas décadas después otro Apóstol, John A. Widtsoe, explicó categóricamente que si "aparecen registros que necesitan traducción, el Presidente de la Iglesia puede ser llamado en cualquier momento, por revelación, para la labor especial de traducción."6

Y si alguna vez hubo un tiempo en que hubiera registros que necesitaran traducción, podían razonar los Santos, seguramente era ahora — porque ¿quién más sino el Padre Celestial podía haber orquestado tan gloriosa oportunidad? Y si resultaba que estos fragmentos contenían algo del Libro de Abraham original, bien, ¿entonces quién podía negar la veracidad del Evangelio Restaurado?

Sin embargo, hubo una desafortunada complicación dentro de la Iglesia en esta época. El Presidente de la Iglesia en el momento en que los papiros fueron redescubiertos, David O. MacKay, era muy viejo y durante algún tiempo había estado enfermo. Simplemente no estaba en condición de tomar tal llamamiento para traducir, no importaba lo divinamente propicio o urgente. Aunque mucha de la membresía comprendió que los Consejeros en la Primera Presidencia colectivamente poseían todas las llaves necesarias y la autoridad para realizar los deberes de Vidente para la Iglesia,7 no obstante los papiros serían turnados a algunos de los altos académicos de la Iglesia en la Universidad de Brigham Young en Provo, para evaluación y traducción.

Pero, mientras que muchos mormones estaban desconcertados de que la Iglesia dejara pasar esta oportunidad, tales sentimientos fueron hechos a un lado anticipando futuros nuevos descubrimientos. ¿Serían rebasados y silenciados por fin los argumentos de los críticos? ¿La obra de José Smith finalmente sería justificada con devastadora determinación ante los ojos de un mundo escéptico?

Los Santos esperaron ansiosos y contenían la respiración.




Por su propio mano en papiro: Lea capítulos 5-6 aquí.